Poco puedo decir acerca del tema tras haber leído la exposición de Isidoro. Como se trata de un asunto difícil de digerir, habrá que “tragarlo” en pequeñas dosis o píldoras –como dirían nuestros amigos de Fuentetaja-, por eso ofrezco en estas líneas la primera cápsula desde mi experiencia personal, porque es indudable que “mi dolor no es tu dolor”. La percepción del dolor y las respuestas al mismo son tan distintas como diferentes somos todos y cada uno de nosotros, los humanos. No podemos olvidar en estas reflexiones a los animales: nadie pone en duda que ellos también sufren.
El dolor es el inseparable compañero de la humanidad. Acompaña a lo largo de toda la vida personal y a la vida del género humano en su periplo por este planeta (o por esta galaxia). ¡Hay tantas formas de dolor... físico, mental, espiritual..! El olvido, al que siempre califiqué como “primo-hermano” de la muerte, sirve de “opiáceo-mentiroso” y permite que vivamos algo mejor, los avances científicos lo mitigan, pero el dolor se resiste a ser arrancado de la naturaleza humana. ¿Por qué? La gran pregunta. Quien encuentre respuesta a la misma, habrá conseguido obtener la piedra filosofal.
Ni siquiera las distintas religiones han conseguido encontrar la respuesta, ni han logrado - ni pretendido- eliminarlo. Lo utilizan como medio de purificación y liberación, consiguiendo su transformación. Para ellas, el dolor no es un objeto en sí, sino un instrumento de perfección. Colocan al ser humano “por encima” del dolor, lo “superan”, lo descienden a un escalafón inferior por debajo de sus plantas, transforman el dolor en un medio para rebajar la sustancia de su naturaleza, pero no lo eliminan.
Me atrevo a gritar: ¿Por qué el dolor es inherente al ser humano? ¿Por qué el dolor en los pequeños e inocentes? ¿Es acaso justo? ¿Por qué existe el dolor? ¿Por qué?
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